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Tratado de la Verdadera Devoción a la Santísima Virgen XI

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DE LA DEVOCIÓN A LA SANTÍSIMA VIRGEN
EN GENERAL

Modo de discernir la verdadera devoción a la Santísima Virgen,
de la falsa y aparente

65. Sin embargo, mi amable Maestro, la mayor parte de los sabios no se alejarían más de la devoción a vuestra Madre, y no mostrarían más indiferencia a Ella cuando todo lo que acabo de exponer fuera verdad. Guardadnos, Señor, guardadme de su sentimiento y de sus prácticas, y hacedme partícipe de los sentimientos de reconocimiento, de estimación, de respeto y de amor que tenéis para con vuestra Santísima Madre, a fin de que yo os ame y glorifique tanto y cuanto más os imite y de más cerca os siga.

66. Y como si nada hubiese aún dicho hasta aquí en honor de vuestra Madre, concededme la gracia de que pueda alabarla dignamente: Hazme digno de alabar a tu madre… Nadie que ofenda a su Santa Madre presuma que ha de recibir la misericordia de Dios.

67. Para alcanzar de vuestra misericordia una verdadera devoción a la Virgen Santísima y para inspirarla a toda la tierra, haced que os ame ardientemente, y a este fin aceptad el ruego que os dirijo en unión con San Agustín y vuestros verdaderos amigos:
“Vos sois ¡oh buen Jesús! el Cristo del Señor, mi Padre Santo, mi Dios lleno de misericordia, mi Rey infinitamente grande; Vos sois mi buen Pastor, mi único Maestro, mi más bondadoso ayudador, mi amado el más hermoso, mi pan de vida, mi Sacerdote eterno; Vos sois mi guía hacia la patria, mi verdadera luz, mi santísima dulzura, mi camino recto; Vos sois mi sabiduría, brillante por su resplandor, mi sencillez pura y sin mancha, mi paz y mi dulzura; Vos sois, en fin, toda mi custodia, mi preciosa herencia, mi salvación eterna.
¡Oh Jesucristo, amable Maestro! ¿Por qué durante mi vida no he amado y deseado otra cosa sino a Vos? Jesús, Dios mío, ¿dónde estaba yo cuando no pensaba en Vos? ¡Ah! Al menos que a partir desde ahora mismo mi corazón no tenga deseos ni ardores más que para Jesús mi Señor; que no se dilate sino para amarle a El sólo. Deseos de mi alma, corred ya, os habéis demorado demasiado, apresuraos a llegar al fin a que aspiráis, buscad verdaderamente a Aquel que buscáis. ¡Oh Jesús, anatema a quien no os ame! ¡Que el que no os ame, se vea lleno de amarguras! ¡Oh dulce Jesús, sed el amor, las delicias y la admiración de todo corazón dignamente consagrado a vuestra gloria! ¡Dios de mi corazón y mi herencia, divino Jesús, que mi corazón caiga en santa flaqueza, y seáis Vos mi vida; que en mi alma se encienda un ardiente fuego de vuestro amor, y sea el principio de un incendio enteramente divino; que arda sin cesar en el altar de mi corazón, que abrase lo más íntimo de mi ser; que consuma el fondo de mi alma, que, en fin, en el día de mi muerte comparezca ante Vos todo consumido en vuestro santo Amor. Así sea.”

 



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